¡Señor! Tú que
enseñaste, perdona que yo enseñe;
Que lleve el nombre
de maestro, que Tú llevaste
Por la tierra.
Dame el amor único de
mi escuela; que ni la
Quemadura de la
belleza sea capaz de robarle
Mi ternura de todos
los instantes.
Maestro, hazme
perdurable el favor y pasajero
El desencanto.
Arranca de mí este deseo de
Justicia que aún me
turba, la mezquina insinuación
De protesta que sube
de mí cando me hieren.
Que no me duela la
incomprensión
Ni me entristezca el
olvido de los que enseñé.
Dame el don de ser
amigo, para poder amar a mis alumnos.
¡Acompáñame!
¡Sostenme!
Muchas veces no
tendré a nadie sino a ti a mi lado.
Dame sencillez y dame
profundidad;
Líbrame de ser
complicado o banal en mi lección cotidiana.
Que no lleve a mi
mesa de trabajo mis pequeños afanes
Materiales, mis
mezquinos dolores de cada hora.
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