Recuérdame Señor, que sesenta minutos hacen una hora, que
todo minuto es importante y que toda vida Te pertenece.
Ayúdame, Señor, a vivir de tal manera, que cada noche pueda
acostarme con la conciencia limpia, sin sentirme acusado por el rostro de
alguna persona a quien yo haya causado dolor.
Ayúdame Señor, a ganarme la vida honestamente y que, al
hacerlo así, pueda yo hacer a otros, lo que yo quisiera que ellos me hicieran a
mí.
Ensordéceme Señor, para el sonido del dinero manchado.
Ciégame Señor, para no ver las faltas de otro; pero revélame
las mías.
Guíame Señor, para que cada noche pueda sentarme frente a mi
esposa, la cual ha sido una de las mayores bendiciones que Tú me has dado, sin
que tenga nada que ocultarle.
Mantenme Señor, lo suficientemente joven para reír con los
niños y lo suficientemente adulto para ser considerado con los ancianos.
Y por fin, Señor, cuando venga el día de mi despedida del
olor de las flores, del suave caminar y del suave crujir de la arena bajo mis
pasos, dispón que la ceremonia sea corta y que el epitafio sea:
“POR AQUI PASO
UN HOMBRE DE BIEN”
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